miércoles, 17 de septiembre de 2014

Luces apagadas

Fue el cruel destino quien hizo apagar la luz de esperanza. Luz celestial que posabas sobre mí aquellas dulces mañanas y noches estrelladas. Luz de sosiego y bienestar que marcabas el ritmo del tiempo en cada abrazo que me dabas.
Tu iluminada sonrisa dibujaba la mía. Me cuidabas sin pedir nada a cambio, mimándome, acariciándome cada segundo con tu aliento, como el calor de una vela perpetua. 
No encontré manera de volver a encenderte, pues las tinieblas dominaban mi razón y sentado en la habitación, la oscuridad se apoderaba de mi ser.
¿Qué puedo hacer si entre sombras camino de nuevo?
Hablar en silencio tal vez. Escapar al olvido. No lo sé. Mi corazón deambula sin rumbo alguno. La tristeza me golpea cada día. Las huellas se van difuminando y no encuentro el final del sendero.
Pediré pues a Dios que me dé el valor de seguir vagando en soledad buscándote, buscando esa luz de vida para dar de nuevo claridad a mi alma errante.

- D. Álvarez -

viernes, 5 de septiembre de 2014

Abrazado a mis Tinieblas


Abrazado a mis tinieblas me hallo, como un vampiro entre sombras de eternidad. Me agarro a una cruz rota, rota por mis demonios y grito al silencio tu nombre mientras un manantial de sangre brota de mis ojos y se derrama en soledad. Soledad fría, indomable e inconsciente pero de cálidos recuerdos y frágiles sentimientos.
El silencio sepulcral se detiene. Miro el reloj, pero no escucho su tic-tac. Me asomo al exterior, pero no percibo la música del viento. Sólo tu voz... Una voz angelical que se adentra en mis sueños y alcanza mi corazón. Y es cada noche cuando te resucito. ¿Quién quiere ser inmortal cuando las emociones se escapan de las manos? No tenerte, no encontrarte... Será la dulce crueldad del destino, quizá. Eso me contaba la luna cada noche. Me miraba y me decía que nadie podía vivir siempre en esa oscuridad absoluta.
Abraza tu vida, pues existe una ahora y otra después para compartirla y de eso se encargaba el sol de recordármelo cada mañana con su sonrisa y su fuego inmortal.

- D. Álvarez -